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domingo, 14 de febrero de 2010

Otro cuento absurdo

Eran dos aparte.
Ella era joven y viva, con los coloretes siempre a punto. Le gustaba mucho el campo, las flores y la nieve. Le encantaba escaparse a la montaña cuando nevaba y tirarse en la nieve para sentir lo fría que estaba. Le encantaba fundirse con ella.
Él era talmente un cromo de época: tenía la cara más bonita del mundo, y el pelo rubio más suave de todos. Sus ojos parecían de mentira. A ella le encantaba él pero él no le hacía ni caso, sólo se preocupaba de sus insectos. Coleccionaba de todo: escarabajos, libélulas, moscas, mariposas, grillos… Los más grandes en tarros de vidrio, los pequeños desecados y archivados los tenía. También le gustaban como decoración, colgaba en la pared los bichos de alambre que a veces ella le hacía. Era un pedazo de friki.
Ella en ocasiones cuando iba al campo, también le traía algún desgraciado ejemplar que encontraba y sólo entonces recibía una sonrisa. Y hasta el momento con eso le bastaba, pero no al final.
Un día de invierno en que había amainado, ella se inventó algo y le convenció a él para ir a la montaña a buscar insectos. Llevó café caliente.
Una vez sentados en una roca, ella le invitó a tomar el café y él aceptó agradecido. Al cabo de 10 minutos, cayó él de lado dormido.
Empezó a nevar un poco, a ella le encantaba.
De las axilas, lo bajó de la roca y lo colocó tumbado en el suelo. Entonces sacó todos sus utensilios. Lo ató de manos y pies con cinta aislante y también le selló la boca. Sacó una cuerda larguísima y empezó a atarlo desde los pies, una y otra vez, haciendo un nudo a cada vuelta, hasta los hombros y la cabeza. Él era muy guapo.
Dejó ahí libre el resto de la cuerda. Entonces sacó de su bolso unos rollos de papel film y unas enormes alas de mariposa plegadas que había confeccionado ella misma con papel de celofán y alambres. Le colocó las alas en la espalda enganchándoselas a la ropa con agujas de coser, las plegó hacia la espalda y luego lo envolvió por completo con los rollos de plástico. 5 capas le dio.
Lo arrastró de los pies sobre la nieve hasta el árbol de al lado. Ató el extremo de la cuerda a una piedra y la lanzó por encima de la rama más fuerte que vio. Estiró entonces ayudándose de su propio peso y ató el final de la cuerda con varias vueltas, a otra rama.
Ahora nevaba más.
Él quedó colgado a metro y medio del suelo y ella sentada al lado observando cómo nevaba. Con una rama le daba golpecitos y lo mecía en el aire; era tan guapo…
Al poco anocheció y ella volvió a casa.

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